Entonces él les dijo: ¡Oh insensatos, y tardos de corazón para creer todo lo que los profetas han dicho! ¿No era necesario que el Cristo padeciera estas cosas, y que entrara en su gloria? Y comenzando desde Moisés, y siguiendo por todos los profetas, les declaraba en todas las Escrituras lo que de él decían”.
– Luc. 24:25-27.
Así habla el extraño caminante. Los ojos de los discípulos todavía están velados. No se registra aquí qué Escrituras les declaró; simplemente dice que comenzó desde Moisés.
Tal vez les haya mostrado el pasaje en el cual Moisés hizo una serpiente de bronce y la puso sobre un asta elevada, para que aquel que fuese mordido mirara arriba. “Así el Cristo tenía que ser levantado, como la serpiente de bronce, para que el que lo mirara fuera salvo. ¿Ustedes no lo entienden?”.
O tal vez les citó a Moisés cuando dijo: “Profeta de en medio de ti, de tus hermanos, como yo, te levantará Jehová tu Dios; a él oiréis” (Deut. 18:15). ¡Este es el profeta que había que oír! ¡Cuántos otros pasajes les habrá mostrado Jesús a través de todos los profetas!
Seguramente les señaló en Isaías: “Un niño nos es nacido … y el principado sobre su hombro” (9:6). O Isaías 53: “Como cordero fue llevado al matadero … enmudeció, y no abrió su boca … Cuando haya puesto su vida en expiación por el pecado, verá linaje, vivirá por largos días” (vs. 7, 10). ¡Vivirá! Eso dijo Isaías, que él pondría su vida, sería llevado al matadero como un cordero, pero eso significaba la salvación de ellos.
“¡Insensatos, tardos de corazón para creer!”. Esta es la desgracia del hombre: su corazón es tardo para creer. El hombre quiere ver con los ojos, quiere palpar, se quiere mover siempre en el plano de lo que es tangible, lo que es visible; si no, el corazón que es tardo, no quiere creer.
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