Yéndose luego David de allí, huyó a la cueva de Adulam; y cuando sus hermanos y toda la casa de su padre lo supieron, vinieron allí a él … Y se fue David de allí a Mizpa de Moab, y dijo al rey de Moab: Yo te ruego que mi padre y mi madre estén con vosotros, hasta que sepa lo que Dios hará de mí”.
– 1 Samuel 22:1, 3.
Durante un tiempo, David fue cruelmente perseguido por el rey Saúl. Pero a él no le importaba tanto escapar de su enemigo. No le preocupaba, en primer lugar, salvar su vida y escapar de los problemas. Él daba prioridad a algo más importante todavía: conocer el plan de Dios para él; saber cuál era el propósito de Dios para su vida.
En los tiempos de dificultades y pruebas, de inseguridad y problemas, lo que generalmente queremos es salir, escapar lo más pronto y rápidamente posible de las dificultades. Solo los cristianos maduros, llenos del Espíritu Santo, se detienen en tales circunstancias a reflexionar en el por qué han sobrevenido sobre ellos situaciones adversas.
Son válidas en tales casos las siguientes preguntas: ¿Conoce Dios esto que me está ocurriendo? ¿Sabía él desde tiempos antiguos que esto me ocurriría o solo lo supo después que me ocurrió? ¿Sabe cómo me siento, cómo me ha afectado esto? ¿Puede él entender esos sentimientos? ¿Por qué lo permitió? ¿Hay alguna razón acaso? ¿Con qué propósito lo ha permitido? ¿Tiene que ver con áreas de mi vida que necesitan ser atendidas, revisadas, cambiadas, fortalecidas o erradicadas? ¿Qué grado de responsabilidad tienen mis errores en este caso? ¿Qué debo hacer que hasta ahora ha estado oculto para mí? ¿Qué quiere Dios de mí con todo esto? ¿Qué cosas tengo que aprender? ¿Cuál es el plan de Dios para mí?
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