Lecciones básicas sobre la vida cristiana práctica.
…donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos».
– Col. 3:11.
Después de haber confesado al Señor delante de los hombres y de haber sido separados del mundo, los nuevos creyentes deben mostrar que todos los creyentes son uno en el cuerpo de Cristo. Podemos llamar a esto la eliminación de las diferencias o la supresión de las discriminaciones.
«Porque por un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu» (1ª Cor. 12:13). La palabra «sean» implica que todas las distinciones han sido eliminadas. En el cuerpo de Cristo no puede haber discriminaciones terrenales. Todos nosotros somos bautizados para ser un solo cuerpo, y luego a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu.
«…porque todos los que habéis sido bautizados en Cristo, de Cristo estáis revestidos. Ya no hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay varón ni mujer; porque todos vosotros sois uno en Cristo Jesús» (Gál. 3:27-28). Los que están en Cristo son aquellos que han sido revestidos de Cristo. Las distinciones naturales de judíos y griegos, esclavos y libres, hombres y mujeres, han sido abolidas.
«…y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno, donde no hay griego ni judío, circuncisión ni incircuncisión, bárbaro ni escita, siervo ni libre, sino que Cristo es el todo, y en todos» (Col. 3,10-11). Una vez más, se nos dice que las distinciones naturales ya no existen entre los creyentes, porque nos hemos convertido en un nuevo hombre creado a imagen de Dios. En este nuevo hombre, todas las diferencias de griego y judío, circuncisión e incircuncisión, bárbaro y escita, siervo y libre han desaparecido, ya que Cristo es el todo, y en todos.
Después de leer estos tres pasajes de la Biblia, podemos ver fácilmente que todos los creyentes son uno en Cristo. Todas y cada una de las diferencias naturales han sido abrogadas. Esta es una cuestión fundamental para la edificación de la iglesia. Si nosotros introdujéramos todas estas distinciones terrenales en la iglesia, veríamos que la relación entre hermanos y hermanas nunca podría ajustarse correctamente, y que la iglesia no podría ser establecida delante de Dios.
De las distinciones mencionadas en estos pasajes, hay cinco contrastes, a saber: griegos y judíos, esclavos y libres, varones y mujeres, bárbaros y escitas, circuncisión e incircuncisión. Sin embargo, el apóstol nos dice que en Cristo nosotros somos uno.
El mundo presta gran atención a la condición personal – raza, condición socio-económica, y así sucesivamente. Tengo que mantener mi honra, debo proteger mi status. Pero cuando nos convertimos en cristianos, debemos excluir tales discriminaciones. Nadie debe traer su posición o situación personal a Cristo y la iglesia –el nuevo hombre–, porque ello sería traer al viejo hombre. Nada de lo que pertenece al viejo hombre debe ser jamás arrastrado a la iglesia.
La abolición de las diferencias nacionales
Que Dios en su gracia pueda abrir los ojos de los jóvenes creyentes permitiéndoles ver que, no importa si eran originalmente judíos o gentiles, ahora son uno en Cristo. Todas sus limitaciones nacionales han sido rotas; las distinciones nacionales simplemente ya no existen. Si algunos son creyentes norteamericanos, otros creyentes británicos, otros creyentes indios o creyentes chinos, todos ellos son hermanos y hermanas en el Señor. Nadie puede dividirlos como hijos de Dios.
No podemos tener un cristianismo norteamericano, y si tal fuese el caso, no podríamos tener a Cristo. Ambas condiciones se oponen entre sí. En Cristo, todos somos hermanos y hermanas. Es indudable que en Cristo no puede existir ninguna frontera nacional. El cuerpo de Cristo es el hombre nuevo, enteramente uno, sin ninguna distinción de nacionalidad. Aun un fuerte nacionalismo, tal como aquel que tenían los judíos, debe ser roto en Cristo.
Cada vez que nos encontramos con un hermano en Cristo, ya no deberíamos etiquetarlo como chino o americano, porque todos somos uno en Cristo. Es un error de las más graves consecuencias tratar de establecer una iglesia china o de levantar un testimonio estadounidense. En Cristo no hay ni judío ni gentil. Intentar introducir cosas externas, tales como las diferencias nacionales, destruirá por completo las cosas al interior de la iglesia. En Cristo, todos se coordinan entre sí sin ningún tipo de discriminación. En el momento en las diferencias son llevadas al cuerpo de Cristo, éste se convierte en una institución carnal.
La eliminación de las diferencias de clase
La identidad de clase presenta otra dificultad en relación con el cuerpo de Cristo. No percibimos las diferencias nacionales hasta que nos encontramos con un extranjero, pero la distinción entre el esclavo y el libre también es eliminada en Cristo.
Supón que tú perteneces a la clase de los sirvientes o que eres un empleado o subordinado. En el hogar o en la oficina, debes mantener tu lugar y aprender a escuchar y obedecer. Pero cuando tú y tu patrón o jefe se reúnen delante de Dios, tú no necesitas escucharlo en base a su posición en el ámbito laboral. Las diferencias de clase no tienen cabida en los asuntos espirituales.
Esta eliminación de las diferencias de clase solo es posible entre los cristianos. Sólo los cristianos podemos realizar esto en forma cabal. Nosotros podemos estrechar mutuamente nuestras manos y declarar que somos hermanos. Tenemos el amor que supera las diferencias. En el mundo, una clase de personas trata de desplazar a otra para elevarse a sí mismos a un nivel superior. Pero nosotros, los que estamos en Cristo, somos capaces de eliminar por completo la discriminación de clase. Esa diferencia de clase inquebrantable entre hombre libre y esclavo debe ser totalmente destrozada.
Nosotros tenemos comunión con otros hermanos y hermanas sobre el único terreno de aquello que el Señor nos ha dado – su vida. De esta manera recibiremos una gran bendición de Dios. Tal iglesia será llena del amor de Cristo, y seremos aquellos que ministran a Cristo el uno al otro.
Cuando alguien se convierte a Cristo, debe dejar sus características nacionales fuera de la iglesia, porque no hay lugar para tales cosas en la casa de Dios. Hoy en día, en muchas iglesias, hay problemas causados por la intromisión de las peculiaridades nacionales. Aquellos que son más locuaces buscan a los que son comunicativos, y así hacen también aquellos a los cuales no les gusta hablar. Los más expresivos se reúnen y los más callados hacen lo mismo. Por lo tanto, existen muchas diferencias entre los hijos de Dios.
Por favor, recuerden: las características nacionales no tienen lugar en la iglesia, en el nuevo hombre en Cristo. No juzgues a los demás porque tienen un temperamento diferente. Ellos te juzgarán de la misma manera si lo haces. Tú puedes preguntarte por qué ellos son tan fríos cuando tú les hablas con tanta calidez. Tal vez, al mismo tiempo, sin embargo, ellos están sufriendo con tu forma de ser.
Muchos de los que llegan a la iglesia afirman que ellos son así por naturaleza. Dicen esto con cierto orgullo. Pero se les debe decir que la iglesia no necesita de su ser natural. Ellos no deberían traer sus viejas naturalezas a la iglesia, pues aquellas no están en Cristo y eso tiende a dividir.
En consecuencia, debemos rechazar todo lo que pertenece al viejo hombre. Sólo así podemos proseguir con todos los hijos de Dios.
El adiós a las divergencias culturales
Hay un contraste en Colosenses 3:11, el de los bárbaros y escitas, que desconcierta a los comentaristas. Un bárbaro es un hombre en un estado incivilizado, tosco; a veces, especialmente en un estado entre la barbarie y la civilización. Pero, qué es un escita, es un misterio. Algunos lo consideran como alguien más bárbaro que el bárbaro, porque el salvajismo de los escitas es proverbial, mientras que otros, como estudiosos reflexionan que si, en los escritos de los clásicos, los escitas son mencionados a menudo junto a los gálatas, deben ser personas muy respetables. Sea cual sea la interpretación que podamos aceptar personalmente, el punto es que ciertos lugares son conocidos por sus cualidades específicas.
Como cuestión de hecho, la divergencia cultural, causa un montón de problemas, pero debemos recordar que esto también ha sido eliminado en Cristo. Nosotros, los que estamos en Cristo, somos grandes hombres y mujeres. Entre toda la gente, solo nosotros podemos soportar aquello que el mundo no puede admitir. No hacemos distinción entre los hermanos. Nosotros, como individuos, no nos fijamos a nosotros mismos como el estándar para juzgar a todos los demás en consecuencia. Esta situación simplemente no existe en Cristo, en la iglesia, en el nuevo hombre.
Algunos hermanos pueden provenir de la India, otros de África. Sus culturas son muy diferentes de las nuestras, pero nosotros hacemos solo una pregunta: ¿Están ellos en el Señor? Sin embargo, ellos también hacen la misma pregunta con respecto a nosotros. Si todos están en el Señor, todo está resuelto. Mantenemos nuestro contacto en el Señor; nos amamos unos a otros en el Señor. Podemos soportar todo lo demás y negarnos a permitir que cosa alguna nos divida como hijos de Dios.
Podríamos reunir a todos los hermanos sofisticados y formar una iglesia con ellos? ¿O reunir a todos los hermanos simples y formar otra iglesia? No, ninguno de estos grupos sería la iglesia. Es cierto que el conflicto de cultura es una cuestión muy difícil de soportar. Sin embargo, no es menos cierto que esta divergencia cultural no tiene cabida en la iglesia. Es algo que está fuera del cuerpo de Cristo. No lo pongamos en la iglesia. Nunca permitamos que se convierta en un problema.
Sin una señal de piedad en la carne
Otro contraste es «circuncisión e incircuncisión». Esto habla de las distinciones basadas en signos externos de piedad en la carne. Todos sabemos que los judíos recibe la circuncisión en su carne. Tienen la señal sobre ellos. Ellos profesan que pertenecen a Dios, que son temerosos de Dios y que niegan la carne. Por esta señal en su carne, ellos están seguros de tener parte en el pacto de Dios.
Los judíos hacen gran hincapié en la circuncisión. Esta es una característica del judaísmo. Aquel que es circuncidado está incluido en el pacto de Dios, en tanto aquel que es incircunciso está excluido del pacto. A nadie se le permite casarse con los no circuncidados. En Hechos 15, la circuncisión fue el centro de la discusión, porque algunos creyentes judíos querían forzar a los gentiles a circuncidarse. Toda la epístola a los Gálatas trata con este asunto de la circuncisión. Pablo declara que si predicase la circuncisión, la salvación de la cruz ya no existiría, porque el pueblo simplemente dependería de una señal exterior de piedad en la carne.
Pablo deja muy claro que la circuncisión no quita la inmundicia de la carne, sino que solo apunta a restringir la actividad de la carne. Lo importante es el interior, no las cosas externas. Si la visión interna es la misma, aunque la expresión externa pueda ser levemente diferente, no habrá división.
La suspensión de la desigualdad entre los géneros
La última distinción que se suspende en Cristo es la cuestión de género. En el gobierno de la Iglesia, hombres y mujeres tienen sus respectivas posiciones. Cuando la iglesia se reúne, el hombre funciona de forma diferente a la mujer. En la familia, el esposo y la esposa tienen diferentes responsabilidades. Sin embargo, «en Cristo», no puede haber hombre y mujer. Ni el hombre ni la mujer tienen una posición especial. ¿Por qué? Debido a que Cristo es el todo, y en todos. Noten la palabra «todos», que se utiliza dos veces. Cristo es el todo, y en todos. Por lo tanto, en la vida espiritual no hay absolutamente ninguna manera de diferenciar entre hombre y mujer.
Sin duda, en el ámbito del servicio, las hermanas tienen a veces un ministerio diferente al de los hermanos. Esto es debido a la disposición del orden de la autoridad de esta edad presente; pero, cuando lleguemos a la edad futura, la disposición será distinta. Sin embargo, aún hoy, no puede haber ninguna diferencia en Cristo. Tanto el hermano como la hermana son salvados por la vida del Hijo de Dios. Ambos se convierten en hijos de Dios. La palabra «niños» (griego, teknon) no hace distinción entre macho o hembra (aunque, según su raíz, es masculina en forma).
Todos somos hermanos y hermanas. Cada uno de nosotros es una nueva creación en Cristo. Somos miembros de un solo cuerpo. Todas las distinciones naturales han sido anuladas en Cristo. Por tanto, debemos dejar fuera de nuestros corazones cualquier espíritu de parcialidad, cualquier espíritu divisivo. Así avanzaremos un paso más.
Traducido de Spiritual Exercise (Christian Fellowship Publishers, 2007).