Revista 48 / Noviembre – Diciembre 2007

Dos obras paralelas

A propósito de nuestro artículo de actualidad, permítasenos una reflexión. Si observamos atentamente lo que sucede a nuestro alrededor, podremos ver dos obras que corren paralelas.

Una es lo que se conoce como «globalización», fenómeno vasto y variopinto, hacia donde los gobernantes de las principales naciones pretenden conducir al mundo. La meta es la unificación de las economías, los idiomas, las religiones, la moral y las costumbres. A su disposición están el relativismo filosófico, la ciencia y la tecnología, el ecumenismo religioso, y el orientalismo, como sus principales aliados. Su fin último es ofrecer el trono del mundo a las fuerzas del mal que ya están preparándose para ello.

La otra es la obra de Dios. También trasciende fronteras, lenguas y culturas; su intento es reunir al pueblo de Dios, no en torno a filosofías y doctrinas ancestrales –por las que se ha derramado mucha sangre–, sino en torno a una Persona, Jesucristo, quien es el centro de todo el mover de Dios en la historia. Sus instrumentos no son los de la carne y la sangre, no es la fuerza ni la espada, sino el Espíritu Santo a través de la Iglesia; los aliados no son los grandes de la tierra, ni los expertos en mercadotecnia ni en publicidad religiosa, sino los hombres humildes de corazón y quebrantados de espíritu. Su fin último es ofrecer –Dios a través de ellos– el trono del reino de los cielos a Jesús, el Cristo de Dios.

En ambos ambientes se trabaja con premura; los tiempos corren, los plazos se están cumpliendo; las fuerzas parece que se agotan. No hay tiempo que perder. Todos los hombres, quiéranlo o no, están colaborando con una u otra causa. Algunos activamente, otros pasivamente – dejando que las cosas sucedan.

Al final de todo, los caminos estarán tan separados el uno del otro, y las consecuencias tan diversas, que nos daremos cuenta que la historia humana está pintada sólo de dos colores –el blanco y el negro– y que las medias tintas fueron sólo un invento del hombre.

Que Dios tenga misericordia de sus amados, y les abra los ojos.