Lecciones básicas sobre la vida cristiana práctica
Por tanto, recibíos los unos a los otros, como también Cristo nos recibió, para gloria de Dios».
Rom. 15:7.
Cuando una persona ha creído en el Señor, se ve enfrentada de inmediato con el problema de unirse a la iglesia. Ya hemos mencionado antes que debemos separarnos del mundo. Sin embargo, esto no lo es todo; está todavía el aspecto positivo de unirse a la iglesia. (No nos gusta la frase ‘unirse a la iglesia’, pero la utilizamos temporalmente para aclarar este asunto). Ahora queremos mencionar cuatro puntos en relación a esta materia.
Debemos unirnos a la iglesia
Muchos creyentes piensan que pueden ser cristianos individualmente, y creen que no tienen necesidad de unirse a ninguna iglesia. Dicen: Necesitamos a Cristo, pero no necesitamos a la iglesia. Tenemos nuestra relación personal con Cristo, pero no tenemos necesidad de relacionarnos con la iglesia. ¿No podemos orar por nosotros mismos? De seguro, podemos. ¿No podemos leer la Biblia solos? Sin duda, podemos. Entonces, ¿por qué tomarnos la molestia de intentar comunicarnos con otros? ¿Por qué no tener comunión solamente con el Señor?
A fin de contrarrestar tales pensamientos, se debería demostrar a los creyentes jóvenes que ellos deben integrarse a la iglesia con independencia de sus opiniones personales, puesto que la salvación tiene dos facetas: una personal y otra corporativa.
Primero, está el lado personal. En este aspecto, alguien puede recibir vida en sí mismo y puede orar al Señor; puede encerrarse en un cuarto y creer en el Señor. Pero si todo lo que conoce es su salvación personal, no se desarrollará normalmente, no podrá perseverar, o su progreso no será muy grande.
Es posible ver a algún cristiano tipo ermitaño hacer mucho progreso, y hay quienes piensan que un creyente puede ser como un ermitaño, oculto en una montaña, indiferente a todo, excepto a la comunión con el Señor. Sin embargo, la edificación espiritual de tales personas es generalmente superficial; cuando viene una prueba o un trato real, son incapaces de permanecer en pie. Cuando el ambiente parece favorable, quizás se mantienen encendidos, pero cuando el entorno les es adverso, no pueden perseverar.
Hay otro aspecto de la vida cristiana – el lado corporativo. La palabra de Dios nos enseña que, desde el punto de vista corporativo, nadie puede ser un cristiano independiente. Tan pronto como alguien es salvo, se vuelve un miembro de la familia de Dios; él es uno de los hijos de Dios. Esta es una de las primeras revelaciones en la Biblia. Todo aquel que ha nacido de nuevo en la casa de Dios viene a ser un hijo entre muchos hijos.
La revelación siguiente es que todos los salvados, juntos, se convierten en la morada de Dios, la casa de Dios. Esta casa, diferente de la primera, es un lugar de habitación, mientras que la primera casa es un hogar. Esta revelación es seguida además por la revelación de que todos los cristianos están unidos como cuerpo de Cristo, y son miembros los unos de los otros. Veamos estos tres aspectos con mayor atención.
Somos hijos de Dios junto con muchos otros
La vida que recibimos al creer en el Señor es una vida compartida con mucha otra gente. Si el creyente aparece incluso solo en un punto de ventaja, ya sea en la casa de Dios, en el lugar de la morada de Dios o en el cuerpo de Cristo, su realidad muestra que él no es sino una parte del conjunto. ¿Cómo, entonces, puede él desear vivir en el aislamiento? Hacer esto producirá una carencia de la plenitud de Dios. Un creyente solitario puede intentar mantener su comunión con Dios, sin embargo tendrá pérdida si no está correctamente unido junto con otros. No podrá emitir completamente la luz de la vida más alta y más abundante, porque esa plenitud puede ser hallada solo en la iglesia.
No es un concepto cristiano que una persona se ocupe solamente de su propio bienestar. Estando en la familia, eres un hermano para los hermanos o una hermana para las hermanas. Tal relacionamiento viene a partir de la vida de Dios, y está lleno de amor. ¿Quién no añora a sus hermanos y hermanas? ¿Quién no desea verlos y tener comunión con ellos? ¡Esto es una cosa maravillosa!
Recuerda, aunque tú recibes la vida de Dios personalmente, sin embargo, la vida que recibiste pertenece a decenas de miles de hijos de Dios; la tuya es solo una parte del conjunto. La naturaleza real de tu nueva vida no es la independencia – ella requiere de ti la comunión con el resto de tus hermanos.
La iglesia es la habitación de Dios
Ahora veamos el segundo punto. La Biblia nos revela una cosa más maravillosa cuando nos muestra que la iglesia es la habitación de Dios. Esto se encuentra en Efesios 2:22. Todas las revelaciones en Efesios son de enormes dimensiones y ésta es una de ellas. Debemos saber que Dios tiene un lugar de morada, un habitación en la tierra.
El pensamiento en la Biblia de una morada para Dios comienza con el tabernáculo y continúa hasta el tiempo presente. En el pasado, Dios habitó en una casa magnífica, el templo de Salomón. Ahora, él mora en la iglesia, porque hoy la iglesia es la habitación de Dios. Nosotros, siendo muchos, somos congregados juntos para ser morada de Dios. Sin embargo, como individuos, no lo somos. Muchos hijos de Dios son la morada de Dios en el Espíritu. Esto concuerda con 1ª Pedro 2:5: «Vosotros también, como piedras vivas, sed edificados como casa espiritual…».
Tan pronto como alguien cree en el Señor, él se convierte en una de las piedras en la casa de Dios. Es una piedra, pero hasta que se relacione con las otras piedras, él es inútil. Es como las piezas de un automóvil. El coche puede funcionar solo cuando las muchas piezas son puestas juntas.
¿Qué utilidad tiene aquel que permanece solo? Él no disfrutará las riquezas de Dios. No osamos decir que las piedras vivas que están solas se convierten en piedras muertas, pero es cierto que una piedra, aunque esté con vida, perderá su utilidad y perderá riquezas espirituales si no es ensamblada con otras piedras para convertirse en habitación de Dios. Podemos contener la riqueza de Dios solo cuando estamos en unión con otras piedras vivas; entonces Dios puede habitar en nuestro medio. Por esta razón, debe haber una convicción en nuestros corazones de que debemos permanecer en la iglesia.
Juntos somos el cuerpo de Cristo
Nosotros somos uno en el cuerpo de Cristo; hemos sido hechos un cuerpo – el cuerpo de Cristo. «…un cuerpo…» (Ef. 4:4). «Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también Cristo» (1ª Cor. 12:12). Estas palabras nos demuestran la absoluta imposibilidad de que alguien sea independiente.
El Señor no ha dado a ninguna persona toda la plenitud de la vida. La vida que recibimos no permite que seamos independientes, porque ella depende de la vida de otros. Es una vida dependiente: yo dependo de ti y tú dependes de mí. Recuerda que ningún miembro puede permitirse ser independiente, porque la independencia, en verdad, significa muerte. El aislamiento quita la vida así como la plenitud.
Por lo tanto, esperamos que los nuevos creyentes comprendan que deben ser unidos a otros cristianos. No deberían ser cristianos por varios años y aún permanecer solos. En consecuencia, un cristiano debe unirse a la iglesia.
Ahora, este término, ‘unirse a la iglesia’, no es escritural. Lo tomamos prestado del mundo. Lo que realmente queremos decir es que nadie puede ser un cristiano privado. Cada creyente debe ser unido a todos los hijos de Dios. Por esta razón, necesita unirse a la iglesia. Él no puede declarar ser un creyente aislado. Se es un cristiano solamente estando subordinado a los otros.
Cómo nos unimos a la iglesia
Finalmente, preguntamos: ¿Cómo nos unimos a la iglesia? En la Biblia no hallamos ninguna vez la expresión ‘unirse a la iglesia’. Esta frase no puede ser encontrada en los Hechos ni en las Epístolas. ¿Por qué? Porque nadie puede unirse a la iglesia. Unirse significa que alguien está aún fuera. ¿Puede un oído decidir unirse a mi cuerpo? No, si está en mi cuerpo, ya está unido. Si no está en mi cuerpo, entonces no hay manera de poder unirse. Nosotros no nos unimos a la iglesia. Más bien, estamos ya en la iglesia y, por lo tanto, unidos unos a otros.
Cuando, por la misericordia de Dios, un hombre es convencido de su pecado y por medio de la sangre preciosa es redimido y perdonado, y recibe nueva vida, no solo es regenerado con la vida de resurrección, sino también es puesto en la iglesia por el poder de Dios. Es Dios quien lo ha puesto adentro; así, él está ya en la iglesia, así que no tiene ninguna necesidad de unirse.
Muchos piensan en unirse a la iglesia. Sepamos, sin embargo, que nadie podría unirse por sí mismo a la iglesia verdadera de Dios, aunque quisiera. Si alguien es del Señor, nacido del Espíritu Santo, entonces él está ya en la iglesia. Por lo tanto, no es necesario –ni posible– unirse a la iglesia.
Nadie puede entrar en la iglesia agregándose a ella. Aun el deseo de unirse revela el hecho de que alguien todavía está en el exterior. El factor determinante es si uno es nacido de Dios. Si alguien es nacido de Dios, él está ya adentro; si él no lo es, no puede entrar. ¿No es maravilloso este cuerpo corporativo? No puedes ser agregado firmando una carta de adhesión o respondiendo un test. Todos aquellos que han nacido de Dios están ya en la iglesia; por lo tanto, no tienen ninguna necesidad de unirse a ella.
¿Entonces porqué te persuadimos a unirte a la iglesia? Solo hemos pedido prestado este término por causa de la discusión. Tú, que has creído en el Señor, estás ya en la iglesia, pero tus hermanos y hermanas en la iglesia pueden no conocerte. Tú has creído, pero los hermanos pueden no saberlo. Eres un redimido, pero la iglesia puede no estar enterada de ello.
El creer es algo que reside en el corazón, por lo cual es posible que este hecho sea desconocido para otros. Por eso, debemos buscar la comunión, así como Pablo fue a recibir la diestra de compañerismo de los hermanos en la iglesia en Jerusalén (Gál. 2:9). Debemos presentarnos a la iglesia, diciendo a los hermanos que somos también creyentes y pedir que, por lo tanto, ser recibidos como tales. Puesto que los hombres son limitados en conocimiento, necesitan oír que somos hermanos y hermanas, para que puedan recibirnos. Sin embargo, esto no es lo mismo que la noción popular de ‘unirse a la iglesia’.
Traducido de Spiritual Exercise (Christian Fellowship Publishers, 2007).