Un lector inveterado
Watchman Nee fue un asiduo lector. Siendo un joven obrero cristiano destinaba hasta un tercio de sus ingresos para la adquisición de libros. Ya en ese tiempo, su biblioteca particular llegó a tener unos 3.000 volúmenes con los mejores libros de casi todos los escritores clásicos en la historia de la Iglesia. Cuando estuvo en Londres encargó a varias tiendas de libros usados los volúmenes que él deseaba, los que regularmente le eran enviados a China. A los veintitrés años su cuarto estaba casi totalmente lleno de libros. Había libros en el suelo y una pila de ellos a cada lado de su cama, dejando apenas un pequeño espacio para acostarse. Los hermanos decían que, literalmente, él estaba enterrado en libros.
Sin embargo, el libro más leído por él era la Biblia. Quienes lo conocieron personalmente afirman que nadie conocía la Biblia como él. Cuando tenía alrededor de veinte años leyó el Nuevo Testamento entero cada semana durante un año. Con todo, él enseñó que de nada valía leer muchos libros si no se tenía un corazón quebrantado y si no se recibía revelación de Dios.
Seleccionado
Refutando conclusiones incongruentes
Isaac Newton tenía una réplica en miniatura del sistema solar. En el centro estaba el sol con los diversos planetas girando alrededor. Un día un científico entró en el estudio de Newton, y exclamó: “¡Oh, qué cosa singular es esta! ¿Quién lo hizo?”. “Nadie”, respondió Newton a aquel que le preguntaba, el cual era un incrédulo. “Usted debe estar pensando que yo soy un tonto. Es obvio que alguien hizo esto, y debe ser un genio”. Colocando su libro aparte, Newton se levantó, puso su mano en el hombro de su amigo y le dijo: “Esto es sólo una pobre imitación de un sistema más grandioso, cuyas leyes usted y yo conocemos. No me es posible convencerlo de que este mero juguete no tiene arquitecto o constructor; y todavía así usted profesa creer que el grandioso original, del cual esta maqueta es una imitación, vino a la existencia sin siquiera un arquitecto o constructor. Ahora, dígame, ¿a través de qué raciocinio usted llega a tales conclusiones incongruentes?”.
“À Maturidade”, Nº 14
Una estrategia no convencional
Por el año 1956 en España estaba prohibido hacer “proselitismo” religioso. Si un cristiano no católico era sorprendido evangelizando se le daban 24 horas para salir del país. Viendo esta situación, el misionero Apolos Garza –de nacionalidad mexicana radicado en España– pidió al Señor sabiduría y dirección.
“El Señor me dio –cuenta el misionero– la estrategia para evangelizar a la gente de esa nación. Cuando surgía el tema de religión, decía a mi compañero que me contara todo lo que sabía con respecto a lo que él creía, y si lograba convencerme, yo me convertía a su fe. Después de que él me compartía, yo le hablaba de Cristo. De esta manera pude evangelizar y poco a poco se fueron convirtiendo personas”.
Tomado de Latinoamérica y las misiones mundiales, COMIBAM
Procurar lo mejor que se puede
Cierta vez, cuando D.L. Moody comenzaba su ministerio, un crítico le dijo:
–No debe usted levantarse a predicar, porque comete muchas faltas gramaticales.
–Sé que cometo faltas– contestó Moody –y que necesitaría aún muchas cosas; sin embargo, procuro hacer lo mejor que puedo con los conocimientos que poseo. Pero, amigo mío, usted que sabe suficiente gramática, ¿qué bien hace con ella para Cristo?
Citado en Dwight L. Moody, Arboleda, de E.Lund
No importa qué vientos
Spurgeon estuvo en cierta ocasión visitando a un amigo en el campo. Vio que sobre uno de los graneros había colocado una veleta con la inscripción “Dios es Amor”. Entonces le preguntó si con ese texto quería decir que el amor de Dios era tan cambiante como el viento. El hombre le respondió que no, que lo que quería decir era que Dios es Amor siempre, no importa de dónde soplen los vientos.
D.L. Moody
Un predicador severo
El evangelista Charles Finney esperaba en su banco el momento en que debería subir a predicar. En ese lugar nadie le conocía, excepto el pastor. De repente, llamó la atención de todos el roce de un vestido de mujer: una joven bella y esbelta, con ademán lleno de altivez y modales elegantes, se adelantaba por el pasillo, haciendo ondear con mucha gracia a cada paso tres o cuatro grandes plumas que adornaban su sombrero y echando rápidas ojeadas alrededor suyo, sin duda para comprobar la sensación que su llegada producía. Finney supo después que se la tenía por una de las beldades de la ciudad.
Sin sospechar nada, ella vino a sentarse precisamente detrás del evangelista. Éste, volviéndose algo de lado, la miró de pies a cabeza; después, viendo que parecía inquieta bajo la inspección de aquella mirada severa, se inclina hacia ella, y le dice en voz baja: “¿Ha venido usted acá con el fin de atraer hacia su persona la atención de los oyentes, y de hacerse adorar en lugar de Dios?”. El rubor de la vergüenza se le subió a la cara, inclinó la cabeza, y Finney añadió en voz muy baja, para no ser oído sino por ella sola, algunas palabras de censura sobre su horrible vanidad. Después se levantó bruscamente y subió al púlpito. Cuando la joven le vio allí, comprendió de quién le venía esta censura, y cayó en una agitación tan grande que estaba toda temblando.
Cuando Finney hizo el llamado al final de su mensaje, la joven elegante fue la primera en responder: sin hacer caso de su dignidad, se levantó vivamente y corrió desesperada a echarse a los pies del púlpito, donde empezó a sollozar como si hubiese estado sola delante de Dios.
Muchos años después, Finney tuvo ocasión de saber que esa mujer se había granjeado y conservado en su ciudad natal la fama de una mujer consagrada a los intereses de Cristo.