Ganar la batalla; perder la corona

Robert Chapman fue un gran siervo de Dios en el siglo XIX. Él tenía grandes divergencias con J.N. Darby, otro gran siervo de Dios, respecto de las Escrituras. Discrepaban respecto de ciertas doctrinas; ambos permanecían firmes en sus posiciones y no concordaban el uno con el otro. Los seguidores de Darby estaban siempre reclamando contra el hermano Chapman, hablando mal de éste a espaldas de Darby.

Cierto día Darby perdió la paciencia y dijo a sus seguidores: “No crucifiquen más a nuestro hermano. Nosotros hablamos de sentarnos en lugares celestiales con Cristo. Nosotros sabemos hablar de eso, pero nuestro hermano está allá; literalmente él está sentado con Cristo en los cielos. Nosotros estamos peleando, peleando y peleando, ganamos la batalla, con todo, él ganó la corona; él está sentado en lugares celestiales con Cristo”.

Así nosotros debemos estar dispuestos a sufrir pérdida. No pelee con sus hermanos: usted puede ganar la batalla, pero perderá la corona.

Christian Chen, en Transformados en la imagen de Cristo, el siervo de Dios

Tan grande era su amor

Me acuerdo de un hermano que murió hace muchos años. Recuerdo de manera especial un comentario que se hizo de él: si nunca habías sido su enemigo, nunca habías conocido cuán grande era su amor. Cuando el hermano murió, muchos fieles dijeron lo siguiente: “Para saber la fuerza de su amor hacía falta ser su enemigo más acérrimo. Nunca pudimos tratarle bastante mal, porque cuando peor le tratábamos, tanto mayor era su amor.”

Watchman Nee, en La reacción del creyente

Debilidades

Dos de los más famosos predicadores cristianos fueron contemporáneos durante el siglo XIX. D.L. Moody fue un evangelista y pastor estadounidense, y C.H. Spurgeon revolucionó la vida espiritual de Inglaterra mediante su poderosa predicación del evangelio.

D.L. Moody fue una vez a Londres para encontrarse con Spurgeon, a quien admiraba y a quien consideraba su modelo y mentor como predicador. Sin embargo, cuando Spurgeon abrió la puerta para recibir a Moody, éste se quedó paralizado de asombro al ver a Spurgeon con un puro en la boca.

“¿Cómo puede usted, un hombre de Dios que debe dar el ejemplo, fumar?, exclamó Moody. Spurgeon se quitó el cigarro de la boca, bajó las escaleras y se acercó al sorprendido Moody, y poniendo su mano en el abultado vientre de Moody, le dijo: “De la misma manera que usted, un hombre de Dios, puede estar tan gordo.”

José L. Martínez, 503 ilustraciones escogidas

Como para borrarlo

Cierta vez el misionero inglés Charles T. Studd fue invitado a dar un mensaje ante un selecto auditorio. Poco antes de hacerlo pasar al estrado, uno de los anfitriones dio algunos detalles elogiosos de su vida. Entonces Studd comenzó a hablar así: “Si yo hubiera sabido que se diría lo que acabamos de oír, hubiera venido un cuarto de hora más tarde.” Y en seguida agregó: “Vamos a borrarlo con algo de oración”. Y se puso a orar.

Norman P. Grubb, C.T. Studd, deportista y misionero

¿Por qué no fueron sanados?

Cierta vez, la evangelista Kathryn Kuhlman se hallaba en Kansas City realizando una serie de reuniones. Una reportera del diario Kansas City Star, entró en su camerino al final de una de las reuniones para entrevistarla. Para su sorpresa, la encontró llorando. Tan atribulada estaba que no pensó que se trataba sólo de una periodista, así que le abrió su corazón: “Mucha gente pensaría que luego de un servicio de milagros como éste, cuando veintenas y más veintenas de personas han sido sanadas, yo sería la persona más feliz del mundo. Estoy agradecida por contar con la manifestación del poder de Dios. Pero nadie sabe la herida y el dolor que siento por aquellos que no fueron sanados. Me pregunto si tal vez yo hubiera sabido cooperar mejor con el Espíritu Santo, Dios habría podido hacer más”. En otra ocasión dijo: “Uno de estos días, cuando llegue a la gloria, le voy a pedir a Dios que me dé la respuesta directa de sus propios labios, en cuanto a por qué no todos fueron sanados”.

Adaptado de Kathryn Kuhlman, Vislumbres de Gloria

Débiles comienzos

Todo el mundo cristiano sin duda conoce al evangelista norteamericano Billy Graham, famoso por sus multitudinarias campañas por televisión. Sin embargo, sus comienzos como predicador fueron muy débiles, como los que cualquier principiante.

Cierta vez, cuando tenía sólo 19 años lo pillaron de sorpresa. Visitaba a unos amigos cuando le pidieron que predicase en una capilla, a unos 25 ó 30 vaqueros y granjeros. Afortunadamente, Billy había estado resumiendo y practicando en secreto cuatro sermones de un famoso predicador de la época. Él había calculado que cada sermón podría exponerse en un tiempo de 45 minutos. Así que, ante el apuro, Billy decidió echar mano a su pequeño tesoro.

Cuando subió al estrado, sus rodillas chocaban entre sí, y sus manos y frente estaban heladas. Pero Billy sacó fuerzas de flaqueza y comenzó fuerte y rápido. “Tuvo un poco de dificultad –recuerda un testigo– pero pasó bien la prueba. Muy pronto se quedó sin nada que decir”. En efecto, ¡Billy había predicado sus cuatro sermones en ocho minutos!

John Pollock, Billy Graham