Ocurrió a fines del siglo XIX, en la gran ciudad de Nueva York. Era uno de los días más helados de febrero.
Un pequeño muchacho de unos diez años estaba parado delante de una tienda de calzado en Broadway, descalzo, mirando a través de la vitrina, y estremeciéndose de frío.
Una señora que iba por la calle en un hermoso carruaje, tirado por caballos finamente enjaezados, observó al pequeño en su precaria condición, e inmediatamente dio orden al cochero de detenerse ante la tienda. La señora, ricamente vestida de seda, descendió del carruaje, se acercó al muchacho, y le dijo: «Hijito, ¿qué miras con tanta atención?».
«Estaba pidiéndole a Dios que me diese un par de zapatos», fue la respuesta.
La señora lo cogió de la mano, entró en la tienda, y preguntó al propietario si le permitiría a uno de sus empleados ir a comprar seis pares de medias para el muchacho. Él dueño asintió prontamente. Ella le preguntó entonces si podía proporcionarle un lavatorio con agua y una toalla, y él contestó: «Ciertamente,» y con prontitud se los trajo.
La dama llevó al niño a la parte posterior de la tienda, y, quitándose sus guantes, se arrodilló y le lavó los pies, secándoselos con la toalla. En ese momento, el dependiente había vuelto con las medias. Poniéndole un par en los pies del muchacho, ella le compró y le dio un par de zapatos, y empaquetando los restantes pares de medias, se los dio, y dándole un golpecito en la cabeza le dijo: «Espero, hijito, que ahora te sientas más cómodo».
Cuando ella se retiraba, el muchacho sorprendido cogió su mano, y mirándola a la cara, con lágrimas en sus ojos, respondió su pregunta con estas palabras: «¿Es usted la esposa de Dios?».
«Touching Incidents» (1895) Solomon B. Shaw.