Cada pasaje de las Sagradas Escrituras tiene su propia grandeza; no obstante, hay capítulos que destacan por sobre los demás por lo que apelan al corazón humano.
El Salmo 91
En toda la literatura inspirada, no hay una declaración más grande del reconocimiento de la necesidad humana y de la revelación del recurso divino, que la que encontramos en el versículo con que comienza este salmo.
Es interesante hacer notar de paso, que todas nuestras grandes versiones lo han traducido exactamente de la misma manera, y estas palabras nos transmiten con precisión inequívoca el pensamiento del salmista. La declaración mencionada coloca la vida humana bajo la autoridad final, «el Altísimo»; y dentro del poder absoluto, «el Omnipotente».
Este salmo no tiene ninguna inscripción, ni musical, ni interpretativa. Se destaca solo sobre la página. Su autor es desconocido. El Talmud se lo adjudica a Moisés, así como el Salmo 90. Por lo que toca al Salmo 90, los eruditos cristianos están de acuerdo en que fue escrito por Moisés; pero no sucede lo mismo tratándose del Salmo 91. Sin embargo esta incertidumbre, en cuanto al autor, no altera su valor vital.
Dos cumbres espirituales
Lo que sí es perfectamente evidente es que el Salmo 91 está relacionado con el pensamiento del Salmo 90. Si Moisés escribió ambos, vemos la conexión y la secuencia; o si no, si como otros eruditos piensan, salió de la pluma de otro autor, es casi seguro que dicho autor estaba familiarizado con el Salmo 90. Se puede notar la relación entre los dos, si colocamos uno al lado del otro el versículo primero del salmo 90 y el versículo primero del Salmo 91, y los leemos juntos:
«Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación … El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente».
Es como si este salmista, leyendo el salmo del primero dijera: «Señor, tú nos has sido refugio de generación en generación». ¿Es ahí donde tú vives? Entonces así es como tú vives: «El que habita al abrigo del Altísimo, morará bajo la sombra del Omnipotente».
No obstante hay un contraste muy marcado entre estos dos salmos. En el salmo 90, desde el principio hasta el fin, hay un tono menor de tristeza, y la sensación de la muerte. Es tan cierto esto, que es un salmo leído con frecuencia en la hora solemne cuando conducimos a su última morada los cuerpos de los seres que amamos. «Vuelves al hombre hasta ser quebrantado … Con tu ira somos turbados … Acabamos nuestros años como un pensamiento … Los días de nuestra edad son setenta años … porque pronto pasan y volamos».
Cuando llegamos al Salmo 91, todo es diferente; desde el principio hasta el fin, domina un tono mayor de alegría, y la sensación de vida segura, victoriosa, a pesar de que las tinieblas predominan. Yo me inclino a afirmar que si Moisés escribió ambos salmos, y tal vez así fue, en el segundo trepó a una cumbre de visión mucho más alta que aquella sobre la que estaba colocado al escribir el primero.
No pretendo decir que lo primero no es verdad, pero es posible tener una visión perfectamente correcta de la vida y luego ascender un poco más, y tener una visión de más largo alcance, que no contradice nada de lo que presenciamos en niveles más bajos, pero que coloca las cosas delante de nosotros guardando relaciones diferentes, y resultando, en consecuencia, una visión distinta.
Estructura del Salmo 91
En este estudio me propongo examinar muy brevemente el salmo como un todo en su estructura y en su desarrollo, a fin de poder dedicar nuestra atención al versículo 1, donde está concentrada toda la enseñanza. El salmo, tal como lo tenemos, consta de dieciséis versículos; en el hebreo se divide en cuatro estrofas. El versículo 1 es la primera estrofa, completa en sí misma. Luego siguen tres estrofas de interpretación.
La primera es una estrofa de afirmación inclusiva: «El que habita al abrigo del Altísimo morará bajo la sombra del Omnipotente». No hay más que decir. Todo está dicho. Lo que sigue no es más que la interpretación de lo que se ha declarado. La primera estrofa de interpretación se encuentra en los versículos 2 al 8. La siguiente en los versículos 9 al 13; y la final comienza con el versículo 14 y termina con el 16.
En la primera de estas estrofas de interpretación, el salmista habla acerca de Jehová. Principia: «Diré yo a Jehová», y continúa: «Esperanza mía, y castillo mío; mi Dios, en quien confiaré». Luego hay un cambio en el uso de los pronombres, saltando de la primera persona a la segunda, como hablando consigo mismo: «Él te librará del lazo del cazador … Porque has puesto al Altísimo por tu habitación, no te sobrevendrá mal, ni plaga tocará tu morada».
De esta manera llega hasta la última estrofa, y aun cuando él todavía es el salmista, ahora es Jehová quien le está hablando. La última estrofa es el lenguaje de Jehová, y el salmista anuncia la respuesta que Dios da a lo que él ha dicho: «Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré». El verso alude a «él», esto es, el salmista: «Por cuanto en mí ha puesto su amor, yo también lo libraré; le pondré en alto, por cuanto ha conocido mi nombre» (v. 14).
Protección del peligro
El único tema de este salmo es el de la protección de todos los peligros en lugar escondido.
Este salmista no fue un hombre que hubiera llegado a campos floridos y sin nubes. Estaba, por el contrario, viviendo en medio del terror y de la dificultad. Notemos las palabras que describen los peligros de los cuales se daba cuenta: «lazo, pestilencia, temor, saeta que vuele de día, mortandad que en medio del día destruya, mal, plaga, piedra, león, áspid, dragón, angustia».
Sí, pero su salmo no hablaba sobre los peligros; sino sobre la protección en contra de los mismos. Échese una mirada al salmo otra vez, y nótense las palabras empleadas para describir tal protección: «Esperanza, castillo, plumas, alas, escudo, adarga, ángeles, liberación, honra, larga vida, satisfacción, salvación». Así nos encontrarnos con que hay palabras que señalan los peligros, y palabras que nos hablan de la protección perfecta contra tales peligros. Esta es la gloria del Salmo 91.
A la sombra del Altísimo
Ahora consideremos la primera estrofa. Las certidumbres del salmo son posibles bajo las condiciones reveladas en esta estrofa. Todas las cosas que este hombre tuvo que decir a su propia alma, consciente del peligro, y al mismo tiempo de la protección perfecta contra él, tuvieron una razón única. ¿Quién es aquél que puede leer este salmo y apropiárselo? «El que habita al abrigo del Altísimo».
Esta declaración revela un principio de aplicación perpetua: Toda la literatura bíblica, sea histórica, didáctica o poética, revela el hecho de que la experiencia del privilegio descansa en el cumplimiento de condiciones. Tómese todo el asunto de la oración, por ejemplo, que es tan sagrado para los creyentes. ¿No dijo nuestro Señor: «Pedid todo lo que queréis, y os será hecho»? ¿Puede haber algo más vasto? Pero no debemos comenzar por ahí; las condiciones son: «Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros» (Juan 15:17).
De la misma manera, «el que habita al abrigo del Altísimo» es quien está protegido contra el peligro. Las certidumbres del salmo son jubilosas, vibrantes, victoriosas, gloriosas; pero son el resultado del cumplimiento de las condiciones: «El que habita». En esta primera estrofa, dos cosas se hacen manifiestas: primera, la persona a quien se refiere todo lo que se dice: «El que habita al abrigo del Altísimo…»; y segunda, la situación que se describe: «…morará bajo la sombra del Omnipotente».
Autoridad y soberanía de Dios
«El que habita al abrigo del Altísimo». Comencemos con el final de esta frase: «El Altísimo». La palabra hebrea Elyon es el superlativo de un término que significa ascender. El Altísimo es aquel que se encuentra en la cumbre final. Permitamos que nuestra imaginación nos ayude en este punto. Cuando el coro de ángeles irrumpió sobre las llanuras de Belén, aquella noche del nacimiento de Cristo, cantaron: «Gloria a Dios en las alturas». La frase: «en las alturas», no señala la graduación de la alabanza, sino más bien el lugar de Dios. «Gloria a Dios». ¿Qué Dios? ¿Quién es él? Él está en lo alto; es decir, él es el Altísimo. Se destaca la idea de la cumbre suprema en autoridad.
¿Cuáles son las cosas que nos imponen Su autoridad y ante las cuales nos inclinamos? La autoridad de nuestros deseos, la autoridad de nuestra inteligencia, la autoridad de nuestra voluntad. La autoridad externa. Trépese de cumbre en cumbre, y más alto todavía, y luego a poco ya estamos frente al único Trono del universo, el Trono de Dios: El es «el Altísimo». De esta manera, nuestra relación con la Autoridad final es el secreto de la protección de todos los peligros. ¿Quién es el hombre que canta este salmo? Es un hombre que está viviendo en el lugar escondido del Altísimo; un hombre que hace sus peticiones a la Autoridad última y que está sometido a ella.
Se reconoce aquí una verdad formidable, una verdad sobre la cual hablaron nuestros padres mucho más de lo que nosotros lo hacemos ahora: la verdad de la soberanía de Dios. Por el momento, no hay ninguna indicación acerca de la sabiduría o del poder de Dios, aunque ambos están implícitos. Solo se destaca la idea de autoridad. Jeremías irrumpe en una exclamación que no tiene igual, por lo sublime, en la literatura divina: «Trono de gloria, excelso desde el principio, es el lugar de nuestro santuario» (17:12). Lo final en autoridad es el secreto de la protección y de la seguridad.
El lugar secreto
«Al abrigo», o «en el lugar secreto». Creo que no puede haber sido mejor traducida la idea; no obstante, nos detendremos para inquirir qué se quiere decir con ese término.
La palabra hebrea traducida como «lugar secreto» significa literalmente un lugar escondido. Esta palabra es interpretada de distintas maneras en el Salterio. En Salmos 18:11 podemos leer: «Puso tinieblas por su escondedero». Se usa la misma palabra, y podemos, con toda propiedad, leer: «Puso tinieblas por su lugar secreto».
En Salmos 27:5 leemos: «Me ocultará en lo reservado de su morada». La misma palabra: «Me ocultará en el lugar secreto de su morada». El Salmo 31:20 dice : «En lo secreto de tu presencia los esconderás». En el Salmo 61:4 leemos: «Estaré seguro bajo la cubierta de tus alas», esto es: «el lugar secreto de tus alas». Y en el Salmo 81:7: «En lo secreto del trueno».
«El que habita en el lugar secreto». ¿Dónde, o qué es eso? La oscuridad es su lugar secreto; o finalmente el trueno, el lugar de agitación, es su lugar secreto. Esas son las fronteras. Entre ambos, su tabernáculo, lenguaje figurado que da la idea del lugar donde él habita, «la Presencia», y de delante de ella nunca nos escapamos.
A la sombra de Sus alas
«Sus alas», es el símbolo de la maternidad. El abrigo, el lugar de oscuridad, el lugar del trueno, el lugar de la habitación de Dios, el lugar de la presencia de Dios, el lugar de las alas protectoras de Dios; y quien habita en lugar semejante, es quien puede cantar el salmo. Es la persona que está morando allí; literalmente, la persona que se sienta allí, que se queda allí, que se siente en casa allí. El hombre cuya vida está en íntima conexión con la autoridad final, mora en el lugar secreto.
¿Qué dice el salmista acerca de tal hombre? Dice que «morará bajo la sombra del Omnipotente». Siguiendo el método anterior, comenzamos con la descripción que se hace de Dios: «El Omnipotente». Este calificativo implica un poder irresistible, una fuerza final. El hombre que habita en el lugar secreto de la más alta Autoridad, se encuentra en medio de todo el poder y de toda la fortaleza. ¿No nos sorprende que Pablo escribiera: «Si Dios es por nosotros, ¿quién contra nosotros?» (Rom. 8:31). ¿Quién puede ser superior a este medio ambiente de todo poder, que el alma encuentra en Dios, si se está habitando en Su lugar secreto?
«Morará bajo la sombra». La idea de la palabra «sombra» no es la de una sombra proyectada por un objeto. Isaías dijo del Mesías que él será «como sombra de gran peñasco en tierra calurosa» (Is. 32:2). La figura que usa Isaías es la de un gran peñasco proyectando su sombra, y bajo esa sombra protectora puede el viajero sentarse a descansar del calor del día; pero esa no es la idea expresada en este salmo.
La palabra hebrea significa «cubrir con las alas». La figura de lenguaje entraña, principalmente, la idea de la maternidad. Surge del Génesis cuando el Espíritu de Dios se extendió; y a través de la literatura poética hebrea, encontramos una y otra vez esa figura de las alas extendidas. El salmista introduce en su canto la misma idea: él mora bajo la sombra del Omnipotente. «Omnipotente» es una palabra que me llena de temor; pero la otra palabra, «sombra», me muestra a la Omnipotencia obrando con la ternura de una madre.
Por último, «morará». La palabra hebrea significa, simplemente, detenerse. En el lenguaje hebreo se usaba la palabra para expresar la idea de pasar la noche: «El que habita al abrigo del Altísimo, pasará la noche bajo las alas extendidas del Omnipotente». Esa es la idea completa del salmo.
La tempestad y la noche
Como dijimos antes, este salmo no es un salmo de aguas de reposo, sino de tempestad, de violencia y de esfuerzo. Sabemos algo de las aguas de reposo. «Junto a aguas de reposo me pastoreará»; pero él no siempre nos conduce por aguas tranquilas. Algunas veces las aguas son tempestuosas y amenazadoras. Este salmo es el salmo de la tempestad y el salmo de la noche. Si habitamos en el lugar secreto, pasamos la noche bajo las alas extendidas de Dios.
Llama nuestra atención el hecho de que, cuando Satanás atacó el centro espiritual de la personalidad de Jesús, el salmo que el Señor citó fue éste. Y en aquella ocasión, y siempre, Jesús obtuvo la victoria, porque vivió en el lugar aquí descrito: es decir, en el lugar escondido del Altísimo.
No hubo un solo momento en la vida de Jesús que estuviera lejos de esta posición; hizo, salió, entró, habló, descansó, trabajó, realizó todas las cosas íntimamente relacionado con la voluntad de Dios. Él vivió bajo la Autoridad final, y así habitó bajo la sombra del Omnipotente. ¿Pero sucedió así en el momento cuando exclamó: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?». Seguramente; él habló a Dios en el lugar secreto de la oscuridad y del trueno.
Por Cristo entramos en el lugar secreto. «Nadie conoce al Hijo, sino el Padre, ni al Padre conoce alguno, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo lo quiera revelar. Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar… Nadie viene al Padre sino por mí… El que me ha visto a mí, ha visto al Padre» (Mat. 11:27-28; Juan 14:6, 9. Por medio de él tenemos acceso al lugar secreto.
Se dice que en el centro de un ciclón hay un punto de reposo. Esta es la historia de este salmo. Motivos de terror, leones enfurecidos, serpientes y dragones, peste y tinieblas espantosas y terribles. Sí, todo ello es cierto, pero habitando en el lugar escondido del Altísimo, morando bajo las alas extendidas del Omnipotente, se encuentra el alma a salvo.
Repetimos: éste no es el canto de las aguas tranquilas; es el canto de la tempestad y del lugar escondido; Su tabernáculo, Su presencia, Sus alas. El lugar escondido está en el corazón mismo de las tinieblas, en el sitio mismo donde el trueno irrumpe.
Ellen Lakshmi Goreh interpretó de una manera perfecta los valores del salmo en la experiencia cristiana, en su himno que dice:
Es deleite para mi alma esconderse en el Señor;
cuán preciosas las lecciones que yo aprendo con Jesús;
los cuidados terrenales no me pueden perturbar,
ni las pruebas más agudas pueden mi ánimo abatir,
porque siempre que a mi paso se adelanta el Tentador,
mi alma tiene su escondite en los brazos del Señor.
Si mi alma desfallece agobiada por la sed;
a la sombra de Sus alas refrescante abrigo hay,
y una fuente fresca y clara como límpido cristal.
A mi lado viene Cristo y tenemos comunión;
Son tan dulces los momentos y es tan grande la visión
que aunque trato, nunca puedo, lo que él dice, publicar.
Solo sé que le confío dudas, penas y temor,
y que me oye con paciencia y me sabe confortar;
no penséis que mi Maestro no me sabe reprender;
si jamás él censurara los pecados que hay en mí,
no sería mi fiel Amigo, no sería mi Salvador.
¿Quieres de Su escondedero las dulzuras disfrutar?
Ve debajo de sus alas extendidas a morar;
y al salir de entre el silencio de su sitio de reunión,
llevarás sobre tu rostro, luminosa, la figura del Señor.
De Grandes Capítulos de la Biblia, Tomo I