Hay una riqueza de conocimiento que el Espíritu Santo quiere comunicarnos como iglesia del Señor.
No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales. Sabéis que cuando erais gentiles, se os extraviaba llevándoos, como se os llevaba, a los ídolos mudos. Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo. Ahora bien, hay diversidad de dones, pero el Espíritu es el mismo. Y hay diversidad de ministerios, pero el Señor es el mismo. Y hay diversidad de operaciones, pero Dios, que hace todas las cosas en todos, es el mismo».
– 1ª Cor. 12:1-6.
En esta carta, al escribir acerca de los dones espirituales, Pablo lo hace en un contexto donde trata asuntos vinculados con la reunión de iglesia. Él habla acerca de situaciones que se daban en medio de la asamblea. Desde el capítulo 11 al 14, el apóstol intenta acentuar el orden y la forma en que las cosas deberían darse. Y, en el versículo 14:40, concluye diciendo: «…pero hágase todo decentemente y con orden».
Estos capítulos son los únicos pasajes de la Escritura que nos permiten acercarnos de una manera más experiencial a la forma en que la iglesia se reunía. Cuando se menciona la iglesia en Éfeso, aquella era una iglesia celestial, maravillosa; pero, en Corinto, la iglesia es tal cual se dieron las relaciones entre aquellos hermanos que creyeron al Señor.
En aquella época, Corinto era una ciudad rica y populosa, uno de los centros comerciales más importantes del mundo antiguo. Su prosperidad comercial contrastaba fuertemente con la realidad moral de su población, que llevaba una vida corrupta y disipada, ávida de toda clase de excesos, borracheras, fornicación y degradación. Allí estaba el gran templo de Afrodita, la diosa del amor, donde unas mil sacerdotisas ejercían una especie de prostitución religiosa.
Si recuerdan, en Corinto, cuando Pablo trata el asunto de la fornicación, dice: «Las viandas para el vientre, y el vientre para las viandas» (1ª Cor. 6:13). ¿Por qué? Porque, entre otras cosas, el argumento que los corintios tenían para su forma de vida disipada, era justamente éste: «Así como el vientre es para las viandas y las viandas para el vientre, entonces la sexualidad es para usarla. Si los ojos son para ver y los oídos son para oír, ¿qué problema hay con la sexualidad?».
Cambio radical
Sin embargo, Pablo muestra una cosa extraordinaria y revaloriza nuestro cuerpo de una manera maravillosa. En esa época, toda la filosofía apuntaba a que el cuerpo era una especie de cárcel. Pero, cuando Pablo habla del cuerpo, dice: «Pero el cuerpo no es para la fornicación, sino para el Señor, y el Señor es para el cuerpo» (6:13). Él tiene un entendimiento grandioso: «El cuerpo es templo del Espíritu Santo de Dios». Es un cambio radical en la manera de pensar.
«¿No sabéis que los injustos no heredarán el reino de Dios?» (6:9). Aquí, Pablo está siendo bien práctico. No está hablando de algo que para ellos fuera desconocido. Así exactamente eran ellos. «No erréis; ni los fornicarios, ni los idólatras, ni los adúlteros…». Viendo esta lista, algunos piensan que Pablo escribió Romanos desde Corinto, la ciudad donde él vio el estado perdido del ser humano. «…ni los afeminados, ni los que se echan con varones, ni los ladrones, ni los avaros, ni los borrachos, ni los maldicientes, ni los estafadores, heredarán el reino de Dios» (v. 10).
Versículo 11: «Y esto erais algunos…». He aquí la misericordia extraordinaria del Señor. A una ciudad corrompida, Dios envía a Pablo con el mensaje del evangelio, para llamar, en medio del pecado, a hombres y mujeres, a la comunión con su Hijo Jesucristo. ¡Aleluya! El evangelio es poder de Dios, es el anuncio del mensaje poderoso del Señor a aquellos que viven en la ignorancia y en la disolución.
No es de extrañar, entonces, que en una sociedad como la descrita se manifestaran problemas al momento de reunir personas con diversas condiciones de origen. Por esta causa, Pablo les advirtió de algo: «Por tanto, os hago saber que nadie que hable por el Espíritu de Dios llama anatema a Jesús; y nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo» (12:3). Así, él introduce el adecuado entendimiento de los dones espirituales.
«No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales» (12:1). Una traducción más fiel de este texto sería: «No quiero que ignoren acerca de los asuntos o capacidades espirituales», lo que resulta, un poco más amplio que la expresión «dones espirituales».
Nuestra sociedad
Como una cosa al margen, hoy vemos, en nuestra sociedad, un creciente agnosticismo. Dicho en forma simple, agnosticismo es negar la posibilidad de conocer una realidad superior a aquella que humanamente podemos desarrollar. Hay un agnosticismo político, un agnosticismo académico, un agnosticismo filosófico, que están, de alguna manera, permeando todas las bases de la sociedad.
Lo asombroso es que esa realidad, que para los agnósticos es imposible de reconocer, es la que tú y yo hemos conocido. «A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer» (Juan 1:18). Entonces, hay un tremendo desafío para nosotros, como iglesia del Señor, y es que aquel conocimiento –que para algunos está velado, o no tiene mucho interés o carece de relevancia para la sociedad– tú y yo somos responsables de exponerlo.
Nosotros debemos conocer al Señor, debemos conocer la realidad de Dios, aquella que hoy día es desconocida, despreciada o ignorada por la sociedad. La iglesia tiene un mensaje que revitalizar en estos tiempos. Ella es la única que lo tiene. El mensaje del Dios que ellos dicen no conocer es el mensaje del Dios que se puede conocer, el mensaje del Dios que se ha manifestado, para que tú y yo lo conozcamos.
Ellos dicen: «Claro, si no hay posibilidad de conocer a Dios, dictemos nuestras reglas, nuestras pautas de conducta. Tengamos una Constitución laica, pluralista. No tenemos por qué estar sujetos a patrones que hemos heredado de una realidad que no podemos conocer, algo más liberal». ¿Han escuchado eso?
Las manifestaciones del Espíritu
Fíjense lo que dice Pablo en el capítulo 2, y creo que esto tiene relación con las manifestaciones del Espíritu. Versículos 9-10: «Antes bien, como está escrito: Cosas que ojo no vio, ni oído oyó, ni han subido en corazón de hombre, son las que Dios ha preparado para los que le aman. Pero Dios nos las reveló a nosotros por el Espíritu; porque el Espíritu todo lo escudriña, aun lo profundo de Dios».
Cuando Pablo está escribiendo esto, me parece a mí que él quiere dar el realce necesario a sus lectores y les dice: «Porque ¿quién de los hombres sabe las cosas del hombre, sino el espíritu del hombre que está en él? Así tampoco nadie conoció las cosas de Dios, sino el Espíritu de Dios» (v. 11).
El Espíritu de Dios conoce lo profundo de Dios. Lo maravilloso es que nosotros no hemos recibido el espíritu del mundo, sino el Espíritu de Dios. Lo íntimo de Dios, lo más secreto de su corazón, él lo quiere compartir a través de su Espíritu Santo. Dios, por su Espíritu, se quiere revelar a lo débil, a lo necio, a lo que no es, para que sepamos lo que Dios nos ha concedido.
Hay una riqueza de conocimiento que el Espíritu Santo quiere comunicarnos como iglesia del Señor. Hay una riqueza de la intimidad profunda de Dios, que el Espíritu Santo quiere revelarnos. Él quiere darse a conocer a todos.
Tenemos Su mente
Versículo 16: «Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo». Es asombroso. Lo íntimo de Dios, la mente de Cristo, el pensamiento de Dios, se da a conocer a tal punto que Pablo puede decir algo que puede sonar a arrogancia: «Mas nosotros tenemos…». Un hombre rescatado por el Señor, un hombre que persiguió a la iglesia, que se desveló por perseguir a los santos, con el anhelo de destruir la iglesia, a ese hombre, Dios escoge para revelarse.
«Nosotros tenemos la mente de Cristo». Psíquicamente hablando, no hay una mente más sana, más lúcida, en este mundo, que la mente extraordinaria de nuestro Señor Jesucristo, de cuya boca surgieron las palabras que nadie antes había dado jamás.
¿Quiénes son estos «nosotros»? ¿Todos los corintios o todos los creyentes? Y concluimos que no es así, porque, en el capítulo 3, Pablo hace una aclaración muy fuerte: «No pude hablaros como a espirituales» (1ª Cor. 3:1). «Hay tanto que aprender de la intimidad de Dios, pero a mí me fue imposible hablarles en esa medida de sabiduría». ¿Por qué? Porque eran carnales, eran niños todavía, porque se manifestaban celos, contiendas y disensiones entre ellos.
Creo que tenemos un alto desafío: invertir el tiempo conociendo a Dios por el Espíritu Santo, conociendo lo profundo de Dios. No lo hemos conocido todo, y nos falta mucho por conocer, porque al leer estas expresiones nos damos cuenta que hay mucho que aún desconocemos.
«No quiero, hermanos, que ignoréis acerca de los dones espirituales». ¿Cuáles son estas capacidades espirituales? Los dones o carismas, que son regalos o dádivas; los ministerios, servicios o diaconías, y las operaciones.
Diversidad de operaciones
Es muy interesante la expresión que traduce la versión Reina-Valera 1960 por operación. Ahora, para cada una de ellas, ¿qué expresión usa el apóstol Pablo? «Hay diversidad…».
La expresión diversidad viene de la palabra griega diairesis, que se relaciona con una palabra usada en la parábola del hijo pródigo. El hijo dice: «Padre, dame la parte de los bienes que me corresponde». Y lo que hace el padre es repartirle los bienes. Repartir es la misma expresión de la cual deriva diversidad. Una traducción más adecuada conlleva la idea de distribuir, racionar, administrar para otros, bienes que no son iguales, a personas que tampoco son iguales. El Espíritu Santo reparte, distribuye, dones o carismas; el Señor distribuye, raciona, ministerios, y el Padre, operaciones.
La expresión operaciones se vincula con energía, energema. Y se define básicamente como el resultado de haber puesto en funcionamiento cierta energía. «Hay diversidad de operaciones», es decir, diversidad de resultados al aplicar una cierta energía. «Pero Dios, que hace…», esa expresión, «hace», es energeo, que significa energizar.
En esta economía dentro de la Divinidad, vinculada con los asuntos espirituales, lo que el Padre hace es energizar, para que haya resultados. Por eso, Filipenses 2:13 dice: «Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad».
En Isaías 40:28-31 hay una expresión muy preciosa: «¿No has sabido, no has oído que el Dios eterno es Jehová, el cual creó los confines de la tierra? No desfallece, ni se fatiga con cansancio, y su entendimiento no hay quien lo alcance. El da esfuerzo al cansado, y multiplica las fuerzas al que no tiene ningunas. Los muchachos se fatigan y se cansan, los jóvenes flaquean y caen; pero los que esperan a Jehová tendrán nuevas fuerzas».
Eso es lo que está diciendo el apóstol Pablo. Dios es el que puede renovar nuestras fuerzas. Hay un poder de Dios distribuido entre los hijos de Dios, una energía sobrenatural, para que se produzcan los resultados que Dios quiere. El poder de Dios está distribuido. No dice Pablo: «Vamos a ver si Dios da algo». No. La expresión es muy clara. Dios repartió, Dios asignó diversidad de energías. ¡Bendito sea el Señor! Dios nos capacita para la tarea que tenemos por delante.
Diversidad de ministerios
Por otra parte, la expresión de 1ª Corintios 12, «diversidad de ministerios», es servicio. Pablo señala que es el Señor el único que reparte estos ministerios o servicios. Estos servicios tienen un sentido restringido y un sentido amplio.
En 1ª Corintios 3:5, cuando está todo el problema de las divisiones a partir de los siervos de Dios, Pablo dice: «¿Qué, pues, es Pablo, y qué es Apolos? Servidores por medio de los cuales habéis creído». Al mirar un poco las referencias, hay un sentido un tanto restringido a esta clase de ministerios, que son un poco lo que algunos consideran que Pablo cita en Efesios –apóstoles, profetas, evangelistas, pastores y maestros–, en el sentido restringido, Pablo sí dice que hay diversidad de estos servicios, «pero el Señor es el mismo».
Y uno pudiese entender, entonces, que, en la administración de Dios, en la Trinidad, el Hijo asume esta condición. Pero también hay un sentido amplio, que está en Efesios 4:12, porque dice que todos estos ministerios están dados para capacitar a los santos para que ellos hagan la obra del ministerio. Entonces, así como todo resultado no es producto de mi poder o mi habilidad, sino de Dios que nos provee, así también todo servicio es asignado por uno, por el Señor. Todo servicio en la casa de Dios, en cuanto a los asuntos espirituales, es distribuido por el Señor Jesucristo. Él tiene la preeminencia en este asunto.
Diversidad de dones
Por último, Pablo menciona los carismas o dones espirituales. Como primera cosa, en 1ª Corintios 1:7, el apóstol dice: «Nada os falta en ningún don». O sea, a pesar de todas las dificultades que tenía la iglesia en Corinto, a ellos no les falta nada de los carismas del Espíritu.
Quiero hacer dos aclaraciones. Estos dones del Espíritu no están necesariamente asociados a madurez espiritual. La iglesia en Corinto, claramente, no era una iglesia en la que había esa condición, pero sí tenían todos los dones. No se debía a que los hermanos habían alcanzado un conocimiento elevado de Dios que les había hecho madurar. Sería ideal que tuviesen ese conocimiento; pero, aun cuando no lo tenían y eran una iglesia carnal, aun así, el Espíritu distribuía dones entre ellos. Así que, cualquiera de estas manifestaciones del Espíritu que se dé a conocer entre nosotros, no tiene nada que ver con la madurez espiritual que alguno tenga, porque es un regalo del Espíritu.
Y, por otro lado, tampoco podemos pensar que estos dones, al actuar en nosotros, implican que estamos aprobados delante de Dios. No porque alguien manifieste alguno de estos dones, necesariamente está aprobado delante de Dios. Dijo el Señor en el sermón del monte: «No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos» (Mat. 7:21).
Al aproximarnos a la realidad de los dones espirituales, no tenemos que pensar que están asociados a la madurez que alguno de nosotros tenga. Y tampoco tenemos que estar pensando que, si alguno de estos dones se manifiesta, entonces hay un grado de aprobación de Dios hacia nuestra persona. Dicho esto, debemos acercarnos a la realidad de los dones del Espíritu como manifestaciones para provecho.
«Y les dijo: Id por todo el mundo y predicad el evangelio a toda criatura. El que creyere y fuere bautizado, será salvo; mas el que no creyere, será condenado. Y estas señales seguirán a los que creen: En mi nombre echarán fuera demonios; hablarán nuevas lenguas; tomarán en las manos serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les hará daño; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán» (Mar. 16:15-18).
Manifestaciones espirituales para provecho
Hay una urgencia en este tiempo de que nosotros tengamos una mayor intimidad con el conocimiento que por el Espíritu podemos alcanzar, para que haya algunos que puedan llegar a decir, con toda propiedad, que nos estamos aproximando a la mente de Cristo; estamos conociendo a Dios por el Espíritu. Pero eso no descarta la necesaria manifestación de estos dones a los cuales Pablo llama los carismas del Espíritu; sino que, al contrario, son evidencia, son señales, para provecho de todos.
Pablo menciona nueve dones. Y respecto de ellos, dice que son manifestaciones. «Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho» (12:7). Manifestar es hacer algo público, es un hecho público. Y la idea de provecho es traer beneficio, conllevar algún bien.
Las manifestaciones del Espíritu no son decorativas, no están al margen de la realidad espiritual de la iglesia, porque todas ellas son para nuestro provecho. No son para nuestro entretenimiento, ni son especies de éxtasis en los cuales perdemos algo de conciencia; al contrario, estamos muy conscientes de que son realidades espirituales que se pueden manifestar en nosotros, lo cual no está relacionado con que seamos más espirituales que otros, ni que estemos más aprobados que otros. La dádiva del Espíritu que se quiere entregar, tiene relación con el beneficio de todos nosotros.
Ejemplos del libro de los Hechos
Los dones que menciona Pablo son: palabra de sabiduría, palabra de ciencia, fe, dones de sanidades, milagros, profecía, discernimiento de espíritus, diversos géneros de lenguas, e interpretación de lenguas.
Miremos un poco el libro de los Hechos, para ver algunas manifestaciones, sin entrar en detalles. En el capítulo 5, está el relato de lo ocurrido con Ananías y Safira. Llega Ananías, y Pedro le dice algo cuyo conocimiento no pudo haber sido sino una manifestación del Espíritu. Versículo 3: «Y dijo Pedro: Ananías, ¿por qué llenó Satanás tu corazón para que mintieses al Espíritu Santo, y sustrajeses del precio de la heredad?».
Recuerden que las manifestaciones son hechos públicos cuyo sentido es el provecho, el beneficio. ¿Quién le dijo a Pedro que Ananías estaba mintiendo? Sin lugar a dudas, vemos, en esta situación, una experiencia sobrenatural. Y, cuando eso ocurre, el resultado fue: «Y vino un gran temor…».
¿Sabía usted que estamos en la presencia de Dios? Pero, probablemente, podemos estar un tanto indiferentes a la presencia de Dios. Pero, fíjense en lo que ocurrió. Cuando el Espíritu manifestó aquello, hubo provecho. La iglesia comenzó a tener una actitud reverente ante la presencia de Dios. ¿Lo notan?
Otro caso. En Hechos capítulo 3, traían un cojo de nacimiento, y lo ponían a la puerta del templo, para que pidiese limosna. Vienen Pedro y Juan, y ellos lo miran. (No sé si nosotros preferiríamos sacar una moneda y dársela). «Entonces él les estuvo atento, esperando recibir de ellos algo. Mas Pedro dijo: No tengo plata ni oro, pero lo que tengo te doy; en el nombre de Jesucristo de Nazaret, levántate y anda» (v. 5-6).
Ahora, imagínense un cojo de nacimiento, que de pronto empieza a saltar y a correr. «…y saltando, se puso en pie y anduvo; y entró con ellos en el templo, andando, y saltando, y alabando a Dios. Y todo el pueblo le vio andar y alabar a Dios. Y le reconocían que era el que se sentaba a pedir limosna a la puerta del templo, la Hermosa; y se llenaron de asombro y espanto por lo que le había sucedido» (v. 8-10).
Pero, como es para provecho, aquel hombre tenía asidos a Pedro y a Juan. Entonces Pedro vio que aquella era ocasión para predicar el evangelio. «Viendo esto Pedro, respondió al pueblo: Varones israelitas, ¿por qué os maravilláis de esto? ¿o por qué ponéis los ojos en nosotros, como si por nuestro poder o piedad hubiésemos hecho andar a éste?» (3:12). Y empieza a predicar el evangelio. ¡Bendito sea el Señor!
La última. En 1ª Corintios 14, Pablo se limita fundamentalmente a dos dones – la profecía y el hablar en lenguas. «Pero si todos profetizan, y entra algún incrédulo o indocto, por todos es convencido, por todos es juzgado…» (v. 24). Y como estos dones son para provecho, Pablo concluye: «…lo oculto de su corazón se hace manifiesto; y así, postrándose sobre el rostro, adorará a Dios, declarando que verdaderamente Dios está entre vosotros» (v. 25).
En el contexto en el cual Pablo inserta los dones del Espíritu, nos muestra que ellos son para provecho. Siento que este asunto tiene que ser una constante preocupación en todas las iglesias. Creo que aquí hay una situación por la cual el Señor nos quiere enseñar a transitar un poco más claramente, porque este conocimiento del Señor tiene que ser acompañado de estas señales, y estas manifestaciones van a traer mucho beneficio a la iglesia.
Mensaje impartido en El Trébol (Chile), en enero de 2014.