Para servir al Señor no importa la edad cronológica, ni otras circunstancias naturales, sino hacerlo bajo el principio de la resurrección. La figura y ejemplo de Caleb ilustran éste y otros principios básicos del servicio cristiano.
Caleb era Caleb – no porque él tuviera ochenta y cinco años de edad, sino porque él no se sentía como tal. Él y Josué eran de la generación de los israelitas que salió de Egipto. Debido a la infidelidad de esa generación, Dios los hizo vagar en el desierto hasta que esa generación entera se extinguió con la excepción de sólo dos personas. Asombrosamente ni Moisés, ni Aarón, ni Miriam –los líderes de esa generación– estuvieron entre los dos. Ninguno de ellos cruzó al otro lado del Río Jordán. Los que entraron en Canaán eran de una nueva generación.
Esto tiene una importante implicación espiritual: Sólo la nueva criatura, no el viejo hombre, tiene acceso a Canaán, la abundancia de Cristo. Josué y Caleb fueron las únicas excepciones. Cuando Dios envió a doce espías que exploraran la tierra de Canaán, sólo estos dos volvieron con un buen informe.
En realidad, todos los espías concordaron en que la tierra fluía leche y miel; la única diferencia era que diez vieron y prestaron atención al lado oscuro de la situación. Ellos dijeron: “La tierra por donde pasamos para reconocerla, es tierra que traga a sus moradores” (Números 13:32). Sintieron que eran inferiores a sus enemigos, y se frustraron. Los israelitas lamentaron haber dejado Egipto, y se rebelaron. Como resultado, la ira de Dios causó que ellos vagaran en el desierto durante treinta y ocho años. Sólo la nueva generación, junto a Josué y Caleb, podía entrar en la tierra.
¿Tiempo de jubilarse?
Caleb era la cabeza de la tribu de Judá y Josué la cabeza de la tribu de Efraín. De los que salieron de Egipto, ambos fueron los únicos que vieron sus sueños realizados, cuando pusieron su pie en la tierra. Cuando Caleb habló esas palabras en Josué 14:6-15, él ya había llegado a la tierra de Canaán. En el pensamiento actual, a los ochenta y cinco años uno debe disfrutar su jubilación, y tranquilizarse. ¿Por qué no debería Caleb haberlo visto así, puesto que ya había cumplido su sueño? Ya había probado lo que era el mundo, y disfrutado de cuanto le podía ofrecer la vida. Había vivido ochenta y cinco años implacables.
Cuando pensamos en nosotros mismos a los ochenta y cinco, pensamos en nuestra debilidad y en la necesidad de retirarse. Tal pensamiento, transportado al área de nuestra vida espiritual, se manifiesta cuando asumimos que hemos de dejar la carrera y permitir que los jóvenes continúen. Pero la Escritura nos da el ejemplo de Caleb, que no se rindió ante su vejez. Nosotros tendemos a creer que nuestros días siguen el calendario y que inexorablemente nos veremos débiles o enfermos. Pero la gente joven también puede crecer débil o enferma. Cada día de nuestras vidas es producto de la gracia y misericordia de Dios.
Hoy, por su gracia, Dios nos ha abierto un camino y nos ha llamado para llevar a cabo su propósito. Cuán lejos vayamos por este sendero, no es determinado por el calendario, sino por la voluntad de Dios. Dios llamó a Moisés cuando éste tenía ochenta años. Él sentía que Dios había tardado en llamarle y que debía haberlo hecho años antes. En Salmos 90:10, dice: “Los días de nuestra edad son setenta años … en los más robustos son ochenta.” Moisés sentía que él ya había vivido diez años más de lo esperado; por consiguiente, nunca esperó llegar a vivir ciento veinte.
Indudablemente, los caminos de Dios son diferentes de los nuestros. Él condujo a Moisés de una manera especial, porque tenía para él un llamamiento especial. Antes de que el propósito y la obra de Dios fueran cumplidos en Moisés, él no le permitiría ir mientras no cumpliera los ochenta años. Al final, Moisés sirvió a Dios por cuarenta años más. Moisés intentó excusarse con que él era demasiado viejo. ¡Gracias al Señor!, cuando Moisés reconoció su propia incapacidad, Dios empezó a usarlo. Su tarea sólo podría parecer apropiada para una persona joven, pero Dios esperó hasta que Moisés encaneciera para empezar a ocuparlo. Éste es un ejemplo claro de la Escritura.
Mientras la tarea que Dios nos ha asignado permanezca inacabada, no debemos mirar cuán enfermos estamos y cuán difíciles puedan ser nuestras circunstancias. El Moisés de ochenta años estaba viviendo con un tiempo prestado; de acuerdo al orden natural de las cosas, su vida había terminado. Él había muerto y había vivido de nuevo. Éste es el principio de una vida resucitada.
Caleb no podía retirarse todavía
Gracias al Señor porque es Su vida dentro de nosotros la que nos sostiene y nos permite ir adelante. No es el tiempo, el calendario, ni la edad lo que determina la longitud de nuestro caminar en esta tierra. Lo que importa es si hemos acabado el camino que Dios trazó para nosotros.
Aún a sus ochenta y cinco años, la responsabilidad de Caleb no había terminado, porque Dios le había dado la tierra de Hebrón –la tierra más selecta de Canaán, el Canaán de Canaán. Una vez, Jacob envió a José de Canaán a Siquem; era exactamente de Hebrón, porque en la mente de Dios Hebrón representa a Canaán. Cuando volvieron los espías enviados por Moisés para explorar la tierra de Canaán, atestiguaron: “La tierra … ciertamente fluye leche y miel” (Números 13:27). Un solo racimo de uvas del valle de Escol requirió de dos personas para ser transportado. La riqueza de la tierra era notoria. El valle de Escol estaba en Hebrón y su suelo producía lo mejor de la tierra de Canaán. Y, porque Caleb siguió al Señor incondicionalmente, Dios le había dado en recompensa lo mejor de la tierra de Judá.
Todos concordamos en que Canaán es extremadamente bueno. En Canaán tenemos nuestra herencia, que es vida. Los cristianos que aman al Señor tendrán esta herencia, pero sólo Caleb la recibió como recompensa. La tierra es tuya pero tienes que poner el pie en ella para reclamar tu pertenencia. He aquí por qué Caleb no podía retirarse, pues aún él no había recibido su galardón. Caleb tenía el espíritu de un hombre joven. A pesar de su vejez, él podría batallar todavía. Por esta razón, Dios lo protegió. No todas las doce tribus recibieron su herencia, porque ellos no pusieron sus pies en la tierra. Al contrario, Caleb recibió del Señor lo mejor de Canaán. Aunque puede ser que hayamos llegado a Canaán, si todavía no hemos obtenido la corona de vida y la corona de justicia, necesitamos decir como lo hizo Caleb: “Dame, pues, ahora este monte, del cual habló el Señor aquel día” (Josué 14:12).
Lo que quiso el Caleb de ochenta y cinco años era el territorio más peligroso. La tierra que devoraba a sus moradores y que estaba habitada por gigantes que los habían mantenido errantes en el desierto. A los cuarenta años, Caleb no tuvo temor; y así tan valiente era a los ochenta y cinco. La expresión “Dame ese monte” indica que estaba listo para entrar a tomar esa tierra. Gracias al Señor, Caleb había recibido esa tierra.
Vivamos para agradar al Señor
Hoy nosotros sólo necesitamos creer en Jesús para tener a Canaán como nuestra herencia. Sin embargo, no podemos estar satisfechos sólo con conseguir la herencia. Otras dos tribus habían sido destinadas para entrar en la tierra de leche y miel. Pero lamentablemente, después de haber vagado en el desierto durante cuarenta años, se contentaron con permanecer en el lado oriental del río Jordán. Eran como dos o tres congregados en el nombre de Señor. Naturalmente, la presencia del Señor estará allí. La pregunta es si están al oriente del Jordán o en la tierra de Canaán. Caleb tenía este espíritu para desear lo mejor del Señor. Su persistencia y anhelo no fueron afectados por su edad. Debemos seguir el espíritu juvenil y saludable de Caleb. No crea en lo que vemos en el espejo o lo que nos dice nuestra edad. En cambio, crea lo que el Señor nos dice en Su palabra.
Muchos creyentes de cuarenta y cincuenta años de edad se rinden porque sienten que los días restantes de su vida son pocos. Como resultado, viven descuidadamente y a menudo lo lamentan, cuando ocurre que viven todavía treinta años más. Vivamos cada minuto nuestro y todos los días para agradar al Señor. Él siempre tiene algo que quiere cumplir en nosotros. Él dice: “Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo…” Negarse a sí mismo involucra muchas cosas, una de las cuales es olvidarnos de nuestra edad. No cometa el error de pensar que sólo los jóvenes son los soldados cristianos, y que las personas mayores no pueden hacer nada.
Cuando Pablo supo que el tiempo de su partida estaba cercano, dijo: “Me está guardada la corona de justicia…”, porque “…he peleado la buena batalla, he acabado la carrera” (2ª Timoteo 4:7-8). Lógicamente, para Pablo era tiempo de relajarse y calmarse; pero todavía le pidió a Timoteo que le trajera sus pergaminos. ¿Por qué se molestaba él en leer, si su tiempo era casi cumplido? De hecho, Pablo era uno que correría hasta el final. Tener la corona de justicia no le hizo relajarse en su búsqueda espiritual.
Muchas personas mayores en la iglesia rechazan hoy ceder ante su vejez. Ellos continúan siendo diligentes en mantener y apoyar la iglesia. Si permanecen con su mente activa de esta manera y aman al Señor de verdad, el Señor los mantendrá alertas en sus servicios, así como a Caleb.
La comida de Caleb
Caleb era tan fuerte ahora –a los ochenta y cinco años–, como fue a los cuarenta, porque el Señor lo había sostenido con comida que no era comida ordinaria. Cuando los espías volvieron de la tierra de Canaán con su informe y el pueblo se rebeló, Caleb les dijo: “No seáis rebeldes contra el Señor, ni temáis al pueblo de esta tierra, porque nosotros los comeremos como pan” (Núm. 14:9). El Señor había guardado a Caleb durante cuarenta y cinco años porque él tuvo un alimento especial que otros no tuvieron. Él no huyó de las dificultades ni dio esa responsabilidad a la gente joven. En cambio, dijo: “Dame este monte… los echaré…”
Los gigantes y las dificultades no nos tragarán, sino serán tragados por nosotros. Las personas mayores no pueden detenerse por un pequeño problema, dolor, ni enfermedad grave –para desalentarse, deprimirse, rendirse, o incluso para dejar la carrera. En lugar de ser tragados, nosotros debemos tragar todos nuestros problemas y debemos hacerlos nuestra comida. A menudo no es la enfermedad, sino un espíritu de aflicción que nos causa una muerte antes de tiempo. Recuerde el secreto de Caleb: su comida son sus enemigos. Por la gracia de Dios, tendremos este alimento diariamente para que logremos lo que el Señor quiere que obtengamos.