El encanto del violín
Un viejo violinista, a pesar de ser pobre, poseía un instrumento que nunca dejaba de encantar a todos por su calmante suavidad. Cuando le pedían que explicara su encanto, él tomaba su violín y acariciando con ternura sus curvas, respondía: “Ah, una gran cantidad de luz de sol tiene que haber penetrado en esta madera; lo que sale de él es lo que entró en él.” ¿Cuánto de la luz de Dios ha entrado en nuestra vida? ¿Cuánto tiempo hemos invertido en el esplendor de su presencia?
“À Maturidade”, Nº 2, 1978.
La torre del arrepentimiento
En las cercanías de Hoddam Castle, Dumfrieshire (Escocia), había una torre llamada «La torre del arrepentimiento». Se cuenta que en cierta ocasión un barón inglés, al caminar por allí, vio a un pastorcito tendido sobre el césped, leyendo atentamente la Biblia.
–¿Qué lees, muchacho?– le preguntó.
–La Biblia, señor– respondió el niño.
–¡La Biblia! Tú debes ser más sabio que el cura párroco. ¿Puedes decirme cuál es el camino para ir al cielo?
En seguida el pastorcito, sin desconcertarse por el tono burlón de aquel hombre, repuso:
–Sí señor, puedo: usted debe tomar el camino hacia aquella torre.
El barón se dio cuenta de que el niño había aprendido muy bien la lección de su Libro, y después de pronunciar una insolencia, siguió su camino en silencio.
Avionetas de papel
En su primer viaje a Rusia, el misionero conocido como “el hermano Andrés” participó de una típica reunión de cristianos protestantes en la década del sesenta: cientos de feligreses apiñados en un salón con capacidad para la mitad de ellos. Sus cantos y oraciones eran muy solemnes. Sin embargo, a la hora del sermón, le pareció que algunos de los fieles se comportaban de una manera desacostumbrada. Hacían avionetas de papel y desde el fondo del salón y desde las galerías, las lanzaban hacia delante, volando sobre las cabezas de los que estaban sentados. Nadie parecía molesto por este extraño comportamiento Una vez que terminaron de recoger todas las avionetas las pasaron adelante hasta que por último fueron amontonadas por uno de los ministros que estaba en la plataforma.
Cuando ya no pudo resistir más la curiosidad, el hermano Andrés se volvió hacia su compañero y le preguntó: ¡Se trataba de pedidos de oración!
El hermano Andrés, en El contrabandista de Dios