La Biblia en el horno

En los tiempos del reformador Juan Huss, una mujer –cuyo mayor tesoro era la Palabra de Dios– estaba precisamente ante el horno para cocer pan cuando oyó que hombres registraban el pueblo y encarcelaban a todos los que tenían una Biblia.
Resueltamente, tomó la suya y, envolviéndola en una gran porción de masa, la introdujo en el horno. Después, metió los demás panes. Apenas había terminado cuando irrumpieron en su casa, registrándola desde la planta baja hasta el desván, pero en vano.

Tan pronto como salieron los perseguidores, la mujer sacó los panes del horno ardiendo y también la Biblia envuelta en la masa. Hecho notable, del mismo modo que Sadrac, Mesac y Abed-nego que fueron arrojados en el horno ardiente, salieron ilesos, tampoco fue deteriorada la Biblia por el fuego. Los descendientes de aquella valiente mujer han conservado esa Biblia como una preciosa herencia.

Con manchas, más barato

Dos jóvenes cristianos caminaban cierto día por una calle de Londres. De pronto uno de ellos se detuvo frente a una casa de empeños, y señalando un traje con anuncios que decían, «Con algunas manchas, gran reducción del precio», exclamó: «¡Que texto más espléndido para un sermón para los jóvenes!».
Y añadió: «Nosotros los jóvenes nos manchamos, quizás muy poco, viendo una representación vulgar en el teatro, o leyendo un libro inconveniente, o permitiendo pensamientos deshonestos o desordenados. Y así nos manchamos, y cuando llegamos a hombres y se nos evalúa, quedamos «reducidos en el precio», nuestro atractivo, nuestra fortaleza, habrá desaparecido. La consagración de la juventud se habrá esfumado. Y pasamos a formar parte inseparable de los «rezagos» o sobrantes que llevan esta marca: «Con algunas manchas: reducidas de precio».

Cristianos sin energía

El predicador y escritor A.J. Gordon contaba que en algunas calles de Boston solían verse carteles en las ventanas de las casas desocupadas que decían: “se alquila con o sin energía”, refiriéndose a la energía eléctrica, gran novedad en ese tiempo.
Agregaba el Dr. Gordon que sería bueno preguntar a las personas que se hacen miembros de la iglesia si desean ser miembros “con energía” o “sin energía”. A los que contesten lo segundo, habría que decirles que para ellas no hay vacantes en la iglesia que ya está demasiado llena de miembros sin energía, que no conocen la potencia de Dios.

D.L. Moody

Un problema difícil

Un hombre que pensaba que el cristianismo no era más que una colección de problemas difíciles, dijo en cierta ocasión a un anciano ministro:
–Es una declaración sumamente extraña: «a Jacobo amé, mas a Esaú aborrecí».
–Muy extraña –replicó el ministro–, pero dígame, ¿qué es lo que en ella le parece más extraño?
– Oh –replicó–, eso de que aborreció a Esaú.
–Vea usted –respondió el ministro–, cómo son las cosas, y cuán diferentemente estamos constituidos. Lo que a mí me parece más extraño es que haya podido amar a Jacob. No hay misterio más glorioso que el del amor de Dios.

Transformado

Hay un relato de Hawthorne titulado “The Great Stone Face” (El gran rostro de piedra). Habla de un muchacho que vivía en un pueblo al pie de un monte. En la cima del monte había una gran imagen de piedra con un rostro hermoso y noble mirando hacia abajo en forma muy seria, muy solemne.
Circulaba la leyenda de que un día llegaría al pueblo alguien que era exactamente como el rostro de la imagen de piedra, y que haría cosas maravillosas por la gente y sería el instrumento de grandes bendiciones. Esta historia llamó mucho la atención del muchacho, hasta el punto de que siempre que podía subía al monte para contemplar el rostro de piedra y pensar en aquel que un día llegaría.
Pasaron años y nadie apareció, pero el hombre joven todavía se iba al monte y contemplaba la majestad de aquel gran rostro de piedra. Pasó la juventud y creció el adulto, pero nunca pudo quitar de su mente aquella historia; llegó la ancianidad y un día, mientras caminaba por el pueblo, alguien lo miró y dijo: “¡Ya llegó aquel que es el gran rostro de piedra!”. Se había transformado en aquel que contemplaba continuamente.
Si quieres llegar a ser como Cristo, mira a Jesús. Si quieres crecer en la gracia, mira a Jesús.
H.A. Ironside, en Segunda Corintios

Hoy podría venir

Un viajero que visitó Italia, relata en un periódico: “Llegué a Villa Areconati, al lago Como, una joya de la corona de los Alpes, en Italia. Un jardinero me abrió la pesada puerta y me llevó por el admirable jardín. “¿Cuánto tiempo hace que usted trabaja aquí?”. “Veinticinco años”. “¿Y con cuánta frecuencia ha visitado esto su amo?”. “Cuatro veces”. “¿Cuándo estuvo la última vez?”. “Hace dos años”. “¿Le escribe, entonces?”. “Nunca”. “¿Con quién se entiende usted?”. “Con el encargado en Milán”. “Y él viene con frecuencia?”. “Nunca”. “¿Y quién viene entonces?”. “Estoy casi siempre solo; muy pocas veces se ve algún forastero”. “Y, sin embargo, usted tiene el jardín hermoso y bien arreglado como si su amo tuviera que venir mañana”. “Es que hoy podría venir, señor”.
¡Tengamos nosotros como discípulos de Cristo este mismo sentir respecto de la Venida de nuestro Señor!
Adaptado de “Conquista Cristiana”